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El desarrollismo post colonialismo

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Hoy en día hay mayor desigualdad que en la época del fin del colonialismo con 4,2 mil millones de personas pobres.
07 de marzo de 2016
Red star
Por qué es importante
Los países desarrollados se trajeron abajo las políticas desarrollistas que predominaron después del colonialismo, para defender los intereses de sus multinacionales.

Una dura nota de The Guardian plantea que hay que dejar de pensar que EE.UU., Francia y Gran Bretaña han sido buenos con los pobres y que realmente quieren que los pobres dejen esa condición.

Para sustentar esa posición, señala que hoy en día hay una mayor desigualdad entre el oeste y el resto del mundo, que la que había incluso al final del colonialismo europeo en África y Asia, con 4,2 mil millones de personas que están en condición de pobreza.

El artículo Does the west really care about development?, firmado por Jason Hickel se pregunta por qué no hay nadie que haya sido declarado responsable de los golpes y asesinatos en los países que quisieron salir de esa pobreza en los cincuenta como Guatemala, Indonesia e Irán.

Lo que ocurrió, según se detalla en este artículo que inspira esta nota, es que con el fin del colonialismo europeo y el cese de la intervención de EE.UU. en América Latina, los países en vías de desarrollo empezaron a crecer y a reducir la pobreza usando un modelo de economía mixta, con reformas de la tierra para ayudar a los campesinos, leyes laborales para aumentar los salarios, aranceles para proteger a las empresas locales y la nacionalización de los recursos para generar ingresos que permitan crear viviendas públicas, invertir en salud y educación.

El resultado de esas políticas que más tarde se denominarían desarrollistas fueron tasas de crecimiento de ingresos per cápita mayores al 3.2%, lo cual empezó a reducir la brecha con occidente. Sin embargo, varias de esas políticas contrariaban los intereses de las multinacionales de los países de occidente que habían desarrollados sus economías gracias al acceso a mano de obra barata, materias primas a bajos precios y mercados ansiosos por consumir sus productos.

De acuerdo a lo que plantea Hickel, los países empezaron campañas para derrocar a los gobiernos electos en Irán como habría ocurrido con Mohammad Mosaddeq, Jacobo Arbenz en Guatemala, Goulart en Brasil, Sukarno en Indonesia, y Allende en Chile. Todos ellos que se habían tomado muy en serio la lucha contra la pobreza y la promesa de salarios y rentas más justas, así como servicios sociales para los pobres.

Por alguna razón, que el articulista atribuye a la defensa de los intereses de sus multinacionales, los países desarrollados se trajeron abajo las políticas desarrollistas que predominaron después del colonialismo.

Más allá de los matices que un poco de investigación le pongan a esta historia que nos cuenta Hickel, lo cierto es que los países en vías de desarrollo tienen que defender su legítimo derecho a encontrar sus propios caminos al desarrollo, con identidad y respeto por su diversidad.

Por lo demás, ni tan cerca que nos quememos, ni tan lejos que no nos calienten. Esa debería ser nuestra premisa en el manejo de las relaciones exteriores.