IDEAS
Los genes y la infidelidad
La monogamia, en general, no es precisamente la más usual de las prácticas. Todo lo contrario. Los seres humanos pertenecen al pequeño grupo (entre 3% y 5% del total de especies de mamíferos) que la practican. Y aun dentro de estas especies, la infidelidad es frecuentemente observada. Dentro de los seres humanos, la proporción de personas que sacan los pies del plato es considerable. Para el caso de los hombres casados se estima en 21% y para el caso de las mujeres casadas se estima entre 10% y 15%.
A pesar de que la monogamia es tan poco frecuente, la infidelidad es generalmente desaprobada. Por ejemplo, según Gallup, en Estados Unidos, el 91% de las personas lo encuentra moralmente más inaceptable que la poligamia, la clonación humana o el suicidio.
Si bien existen numerosos intentos por explicar la infidelidad en la pareja, durante mucho tiempo se creyó que los hombres tenían una propensión genética a la infidelidad pues esta incrementa las posibilidades de traer más hijos al mundo. En contraste, según esta visión, como la mujer no tenía esta urgencia de reproducirse para preservar la especie, eran más fieles.
Sin embargo, investigaciones recientes muestran que las mujeres también estarían biológicamente inclinadas hacia la infidelidad. Según un estudio reciente realizado por Brendan P. Zietsch, psicóloga de la Universidad de Queensland en Australia, hasta un 40% de esta tendencia a la infidelidad se explicaría por razones genéticas.
Si es que las mujeres no tienen este impulso natural por la preservación de la especie, ¿por qué son infieles? La respuesta a esta pregunta es bastante obvia: el sexo no sirve solo para la reproducción. Para muchas mujeres ser infieles es bastante placentero pues, además de la novedad, les permite experimentar distintas sensaciones que activan directamente los circuitos que controlan el placer en el cerebro. Además, si la infidelidad es acompañada de alcohol y otros elementos estimulantes, la probabilidad de que esta se repita es mayor pues el mensaje que recibe el cerebro es que la experiencia merece repetirse.
¿Quiere decir entonces que si uno está predispuesto a la infidelidad debe resignarse a serlo durante toda su vida? No. Los científicos señalan que si bien una persona no puede controlar sus genes (aunque la ciencia ha avanzado tanto que ahora ya se puede), esta sí puede decidir qué hacer con las emociones o impulsos que estos generan. Es decir, cada persona tiene en sus manos la potestad de decidir ser fiel o no.
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