IDEAS
El daño que la pobreza hace al cerebro
El desarrollo del cerebro de una persona empieza en el vientre materno al poco tiempo de inciarse el embarazo pero no termina sino hasta que las estructura cognitivas más complejas (como la voluntad, el autocontrol, la capacidad de tomar decisiones) comienzan a aparecer en una persona. Algunas de estas incluso no terminan de desarrollarse hasta bien entrada la adolescencia o la primera década de la etapa de la vida adulta.
Pat Levitt, un neurocientífico de la Hospital de Niños de Los Angeles ha dedicado buena parte de su carrera a identificar los contratiempos y accidentes que pueden afectar el proceso de desarrollo del cerebro de un niño. En los años noventa, Levitt fue de los pocos que calificó como exagerada la creencia de que la exposición a la cocaína en el útero materno podía afectar el desarrollo del cerebro del feto. Su investigación más reciente es igual de polémica.
Según Levitt, la exposición a la pobreza (condiciones de hacinamiento, exposición a la violencia familiar ú otras formas de estrés) puede ser tan tóxica para el desarrollo del cerebro de un bebe como las drogas o el alcohol.
Estas circunstancias que están presentes típicamente en hogares que viven en la pobreza provocan que los cuerpos liberen hormonas como el cortisol. En pequeñas cantidades, esta hormona puede ser útil, por ejemplo, para manejar una situación difícil. Sin embargo, producirla en grandes cantidades por períodos prolongados puede afectar la salud de las madres y los fetos, pues la hormona llega a los fetos a través de la placenta.
En marzo pasado, en el journal Nature Neuroscience, un grupo de investigadores tomaron muestras del ADN, las resonancias magnéticas del cerebro y los datos socioeconómicos sobre las familias de más de mil niños. Las muestras de ADN permitieron a los investigadores aislar el efecto genético y enfocarse en el estatus socioeconómico que podía haber afectado el desarrollo del cerebro. El centro del análisis fue la superficie del cerebro.
Los resultados fueron sorprendentes: los niños de familias más educadas y con mejor ingreso tenían cerebros con un área de hasta 6% más que aquellos cuyas familias pertenecían al estrato socioeconómico más bajo. Asimismo, las diferencias encontradas fueron mucho menores entre los niños hijos de familias de ingresos medios y altos, lo cual indica que para el normal desarrollo del cerebro de un niño no hace falta que viva en una familia rica sino que simplemente no viva en una pobre.
Las implicancias de estos resultados son de distinta índole. Por un lado, apoya la existencia de programas de inclusión social. Por otro lado, enfatiza la importancia de minimizar el estrés en la vida familiar.
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