El niño de la nariz rota y el golpe como forma de castigo
- El 29% de padres aseguró castigar a sus hijos con golpes según ENDES 2013.
- Un círculo vicioso de violencia que aún no acaba.

Gracias a la emisión de un video a través de los diversos medios digitales del país, todos fuimos testigos hace unos días del brutal ataque físico de un padre a su pequeño hijo: un niño de aproximadamente 5 años fue golpeado en el rostro por su padrastro hasta dejarle la nariz rota. El video, rápidamente propalado por redes sociales tuvo tal repercusión que hoy en día el atacante se encuentra detenido a la espera de todo el proceso legal correspondiente.
El caso ha traído sobre el tapete el tema de la violencia intrafamiliar en nuestro país. Según diversos estudios, la mayoría de casos de violencia hacia niños son perpetrados por personas de confianza, quienes abusan de este círculo cercano creyendo que educan a través del golpe. Según cifras del ENDES 2013, el 18% de padres y madres ha usado el golpe como forma de castigo. En el caso de los padres particularmente el porcentaje sube a un 29%. Más escalofriante es saber que el 20% de infantes menores de 5 años son castigados por sus padres a través del golpe.
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La negligencia de golpear a los niños como forma de castigo se debe a una ola de violencia que viene desde atrás, de generaciones que a su vez también fueron golpeadas por sus progenitores. Según cifras del mismo ENDES 2013, el 62% de madres entrevistadas dijo haber sufrido de golpes en su infancia a manera de castigo. En regiones selváticas como San Martín o Amazonas el porcentaje sube hasta el 80%. La violencia ejercida sobre estas madres repercute en el futuro de sus niños quienes, al igual que ellas, también son golpeados. Una ola de violencia que no tiene cuando acabar.
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Es elogiable la rápida respuesta de las autoridades en el caso que ha levantado la indignación de todos en esta semana. Sin embargo, que esta indignación no quede solo en acusar y reprobar en el otro conductas como esta, sino que sirva también para hacer un mea culpa en la forma en la que educamos a nuestros hijos, y de mantenernos siempre vigilantes ante otros casos de violencia hacia los más pequeños.
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