La importancia económica de embellecer nuestras ciudades
Durante la época del terrorismo, los peruanos de regiones como Ayacucho, Apurímac, Huancavelica, Huánuco y Puno decidían con sus “pies” cómo querían que fueran sus vidas y la de sus familias. Mientras algunos compatriotas optaron por dejar el país, otros migraron a Lima buscando lo mismo que cualquier ser humano busca para sus familias: empleo, seguridad, vivienda, educación y salud.

Es precisamente gracias al empuje y la constancia de esos varios millones de provincianos que Lima se forjó como la capital mundial del emprendimiento y que el país encontró alivio a sus graves problemas económicos y a las serias heridas sociales que dejó la subversión.
Sin embargo, mientras Lima se desarrollaba al ritmo de la migración y carente de una visión de largo plazo, los líderes de las grandes capitales mundiales de la innovación y la calidad se enfocaban en embellecer sus ciudades invirtiendo en infraestructura moderna que asegure la conectividad, la seguridad, la tranquilidad y el acceso de los ciudadanos a cultura, arte y áreas de esparcimiento.
Hoy ciudades como Dubai, Tokyo, Sidney, New York, Shangai, Londres, Paris nos han sacado mucha ventaja no solo en términos de calidad de infraestructura sino también de belleza. Sí, belleza. Las ciudades más seguras y exitosas económicamente son, a su vez, las ciudades más hermosas en infraestructura.
Los grandes edificios como el rascacielos Burj Khalifa en Dubái, la Playa artificial de Seagaia en Japón, el Viaducto del Millau en Francia, la estación de tren Hauptbahnhof en Berlín, el Teatro La ciudad de la Opera en Tokyo, el centro comercial South China Mall, el Parque Metropolitano de Santiago en Chile, entre otras grandes construcciones contemporáneas no son elementos que reflejan el poder económico de una ciudad o el capricho de sus líderes sino instrumentos de atracción del turismo, la inversión y el talento.
Si el Perú aspira algún día a convertirse en un país desarrollado, debe ponerse a trabajar hoy por embellecer Lima y las ciudades del resto del país. Una Lima más bella significa una Lima con puentes, carreteras, autopistas, avenidas, subways, que liberen el caótico tránsito; y también una Lima con grandes edificios, puertos modernos, centros comerciales, parques ecológicos y de diversión, coliseos y estadios, todos de talla mundial; una Lima con estándares en el formato para el diseño de casas en diferentes zonas (materiales de construcción, estilo de las ventanas, veredas, número de pisos, etc); una Lima que conserve sus casas antiguas, con amplias áreas verdes y parques de esparcimiento. Una Lima, con grandes obras de teatro y espléndidos conciertos exhibidos en lugares que no tengan que envidiar nada a los mejores museos y teatros del mundo. Lima tiene que ser más que la riquísima gastronomía que surgió gracias a la migración; que un monumento al faro, la maca y al árbitro; que un parque de las aguas o de las leyendas; es hora de mirar más lejos y no tener de miedo de aspirar a ser una ciudad bella que atraiga a los turistas, los inversionistas y al mejor talento del mundo.
El liderazgo municipal es indispensable para que esto se haga realidad pues muchos de los cuellos de botella que deben atacarse exigen competencias de índole municipal. El sector privado puede también, por supuesto, hacer algo: la más obvia consiste en dotar al país de la mejor banda ancha de internet de la región. Hoy, Perú ocupa el penúltimo lugar en Latinoamérica en velocidad y calidad de la señal de su red. Y esa calidad de servicio solo cultiva clientes cautivos insatisfechos en lugar de atraer al talento.
Solo esa Lima, esa Arequipa, ese Trujillo o ese Chiclayo bellos que imaginamos podrían aspirar algún día a ser polos de desarrollo industrial, circuitos turísticos con estándares del primer mundo o ciudades modelo de la innovación de América Latina que atraigan empresas de talla mundial que mejoren la productividad de la economía y generen el desarrollo económico necesario para sostener la expansión de la clase media en el Perú.
Apostar por la belleza de las ciudades no es solo apostar por la cosmética. Apostar por embellecer las ciudades es apostar por el desarrollo económico y por la paz social. Sí, Paz social. Porque nuestro cerebro recibe estímulos del entorno y ajusta nuestras acciones en concordancia. Una Lima, una Arequipa, un Trujillo o un Chiclayo bellos se reflejará en menos delincuencia, homicidios, violaciones; y en más peruanos sonrientes y emprendedores prósperos. Cuando esto ocurra, recién podremos hablar del “milagro peruano”.