IDEAS
La envidia impide que seamos libres
Un reciente artículo denominado “La envidia y el síndrome de Solomon” del diario El País de España, nos hacía recordar lo que trataron de explicar los experimentos de Salomon Asch sobre la envidia en los años cincuenta.
Para lo que no conocen de qué se trataba este experimento, Asch sometió a 123 jóvenes a realizar una prueba de visión, que consistía en que estos entraran en una habitación donde habían otros voluntarios (actores) que siempre debían elegir las respuestas incorrectas antes que los demás. La consulta era sobre el largo de varias varas que se presentaban a los voluntarios, quienes no sabían que quienes se encontraban en la habitación habían sido condicionados para registrar una respuesta incorrecta.
Lo sorprendente es que el hecho de que los actores señalaran una opción claramente equivocada, influía sobre la apreciación que tuvieron los voluntarios respecto al largo de la vara. Asch descubrió cómo nos dejamos llevar por la opinión del resto.
Además de ser visto como un claro experimento de cómo los humanos seguimos a los demás y en el fondo nos negamos a ser libres, el experimento puede ser visto como un ejemplo de cómo la envidia atrofia nuestros sentidos.
El razonamiento detrás de esto es que la envidia implica tener celos de que el otro tenga más que nosotros, lo cual en la práctica nos hace sentir inferiores. Por ello, evitamos sobresalir, ser más que el resto o apuntar más alto para evitar ser víctimas de la envidia. A esta forma de actuar se le llama el síndrome de Salomon.
Este síndrome refleja falta de autoestima y nos hace creer que nuestro valor depende de lo que las demás personas opinen de nosotros. Esto es posible porque el síndrome se activa con nuestras inseguridades que muchas veces nos llevan a criticar y hablar mal de alguien cuando le va mejor que a nosotros.
En otras palabras, somos víctimas y victimarios de la envidia que parece que se ha convertido en parte de nuestra sociedad, y nos dejamos influenciar excesivamente por el entorno lo cual condiciona la forma en la que percibimos las cosas
La única forma de que dejemos de ser esas víctimas es alegrándonos cuando a alguien le va bien y empezando a apreciar el talento y la capacidad que tenemos para realizar distintas cosas, sugiere Borja Villaseca, autor del artículo sobre el que se inspiró esta nota.
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