IDEAS
Líderes carismáticos
Una de las características de un gran líder hoy en día es que sea carismático. Esto se ha visto a lo largo de la historia, John F. Kennedy fue un político carismático y movió masas en sus tiempos. Hoy esa cualidad la posee el presidente Barack Obama. Sin embargo ¿podría ser que detrás de la sonrisa contagiosa exista algún problema?, según refiere Tomas Chamorro-Prmuzic en una nota en el Managementtoday titulada Charismatic leadership has its downsides.
Primero, es importante señalar que este término, acuñado por Max Weber, fue pensado inicialmente sólo en relación a la política. Sin embargo, hoy en día se aplica a otras esferas profesionales y también en el deporte.
Eso sí, tampoco es suficiente ser solo carismático para ser líder, sino que se necesitan otras cualidades, habilidades y competencias. Lo que sí es verdad es que las personas líderes que además son carismáticas, inspiran y mueven a la gente, articulan equipos y contribuyen a lograr la cohesión en colectivos, más allá de los propios individuos.
De acuerdo a lo que señala Chamorro-Prmuzic, por el contrario, hay que saber identificar a los verdaderos líderes de las personas que solo son carismáticas y que podrían tratar de esconder su incompetencia detrás de su carisma, no se preocupan por los demás, tienen una gran autoestima, no suelen aceptar bien la crítica ni los comentarios constructivos, debido a que confían en que todo lo que hacen está bien.
Además, las personas que solo son carismáticas presentan también rasgos agresivos cuando confrontan a alguien por una opinión, y como el carisma suele ser un rasgo mayormente masculino, hace más grande la brecha en las oportunidades de trabajo entre hombres y mujeres ya que ésta se considera una habilidad esencial.
Por eso, hay que procurar tener claro que todos los líderes casi normalmente son carismáticos, pero no todos los carismáticos necesariamente son líderes, y que de acuerdo a Chamorro-Prmuzic, algunos de estos últimos podrían terminar siendo tóxicos para sus dirigidos y para las empresas que los han reclutado.
La mejor evidencia sería que la mayoría de las personas odian a sus jefes y a sus políticos, como si el efecto del carisma se diluyera en el tiempo. Basta con mirar las encuestas políticas de los últimos mandatarios para preguntarse dónde quedó el carisma y comprobar en varios casos prácticos que no todos fueron verdaderos líderes.
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