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El mejor whisky es el que mejor sabe, no el que más años tiene
Durante muchos años, la industria del whisky escocés ha promocionado a sus productos de lujo utilizando como variable de referencia el tiempo que el whisky ha sido añejado antes de ser embotellado. Por ejemplo, en el caso de los whiskies de malta, Glenvilet 12, the Macallan 15, Talisker 18, las cifras que acompañan la marca indican que los whiskies que componen las botellas tienen 12, 15 o 18 años de añejamiento respectivamente. Hoy esta realidad está cambiando y las empresas están comenzando a omitir la edad de añejamiento en las etiquetas de sus productos.
¿Por qué?
En primer lugar, se trata de una decisión puramente de mercado. En los últimos años, las exportaciones de whisky escocés a Estados Unidos sufrieron uno de los reveses más importantes de su historia reciente, en gran medida por el repunte del consumo del whisky bourbon americano, que se comercializa a precios que pueden llegar a estar hasta un 30% por debajo del de un escocés de malta. Por ejemplo, entre 2010 y 2014, mientras el consumo de whisky en Estados Unidos creció 4.2%, el de bourbon se incrementó en 33.5%. En un escenario así, los compromisos de años mínimos de añejamiento generan una presión grande sobre los costos que impide competir con productos más baratos y de buen sabor como el bourbon. Con un relajamiento de las restricciones sobre el añejamiento, sería posible producir blends de menor edad y con mejor sabor para poder competir mejor con alternativas de menor costo.
En segundo lugar, la idea de que la edad de los whiskies de malta es un indicador de calidad (o la noción de que los whiskies de malta con más años de añejamiento son mejores que los que tienen menos) es más una creencia popular (que con los años se convirtió en una obsesión casi patológica) que una realidad probada. Esta creencia popular fue creada en gran parte por el enorme esfuerzo de marketing realizado en los años sesenta por los primeros exportadores de whiskies de malta en su esfuerzo por diferenciarse de los blends de menor edad que eran los que dominaban el mercado.
¿Qué impacto tendrá este cambio?
El hecho de que la industria se haya visto forzada a repensar cómo satisfacer una demanda creciente ha motivado que se ponga a analizar los aspectos de sus procesos de producción que generan sabor y valor para el consumidor. Esto es, sin lugar a dudas, positivo. Antes, no se le prestaba tanta atención al proceso de destilación o a la madera utilizada para el añejamiento. Hoy esto ha cambiado porque estos pueden ser elementos claves para conseguir blends con sabores incluso mejores a los de whiskies de malta con largos períodos de añejamiento.
Gracias a que se está derrumbando una creencia popular que carecía de fundamento (pues un whisky añejado por muchos años en barricas de pésima calidad será un pésimo whisky a pesar de los años de añejamiento), ya hay productores que están animándose a lanzar en el mercado a whiskies cuyas maltas alcanzan su mayor esplendor a los 5 o 6 años. Estos productos no habrían tenido mayores posibilidades de éxito hace unos años pues habrían sido identificados como de menor calidad. La producción de whisky tiene bastante de ciencia pero también mucho de arte. Y en el arte, las verdades absolutas del tipo “los whiskies de malta más añejos son siempre los mejores” no tienen cabida.
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