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Los impuestos que más funcionan gravan lo que más te gusta
Los impuestos bien diseñados son como las espinacas: puede ser que no te gusten pero al final son buenos para ti. Algunos impuestos gravan los vicios, como por ejemplo el cigarrillo o el alcohol, para destinar recursos hacia actividades como la educación o salud públicos. Prácticamente nadie está en contra de esto.
Sin embargo, como en todo, el consenso se acaba cuando nos tocan el bolsillo o lo que más nos gusta. Imagínate que existiera un impuesto al tocino, al pan con chicharrón o al consumo de carne en general. La racionalidad sería clara: el impuesto sería conveniente por razones medioambientales y de salud pública.
En primer lugar, según la FAO, las vacas, los cerdos y otros animales de ganado producen tanto metano que llegan a explicar el 14.5% de gases con efecto invernadero producidos por el hombre. Además, el ganado consume el 8% del agua que requiere el planeta. En general, por donde lo mires, producir un kilo de carne requiere mucho más recursos que un kilo de menestras. Además, para criar el ganado y engordarlo, alrededor del mundo se están deforestando bosques para producir soya.
En segundo lugar, según investigadores de la Universidad de Harvard, consumir más carne y grasa en exceso te coloca en la vía rápida a una muerte prematura. Así de simple.
En tercer lugar, los productores y comercializadores de alcohol, cigarrillos y combustibles, a pesar de ser parte interesada, tienen razón cuando señalan que si se gravan sus productos porque son dañinos para la salud, por un simple asunto de consistencia, también se debería gravar el consumo de carne y grasas.
Quienes se oponen a los impuestos de este tipo, como los que se aplican a las bebidas gaseosas que ya se han comenzado a introducir alrededor del mundo, argumentan que este tipo de impuestos no son efectivos, que privan a los consumidores de su libertad para elegir y que además son regresivos (afectan a los más pobres). Sin embargo, hay un país que ya tiene una historia de éxito que contar en la aplicación de impuestos a las bebidas gaseosas: México.
En México, la preocupación por el sobrepeso y la obesidad de los ciudadanos es grande: 71% de los adultos presenta sobrepeso y el 32% es obeso. ¿Por qué? En gran parte porque los mexicanos consumen 163 litros de gaseosa por año en promedio, 40% por encima de lo que consume una persona en Estados Unidos.
En 2013, el parlamento mexicano aprobó la aplicación de un impuesto de un peso por litro de bebidas gaseosa en todo el país. Este impuesto representó un aumento de los precios de estas bebidas de 10%. Asimismo, incrementó en 8% el impuesto a las ventas a los alimentos de comida chatarra. Los impuestos comenzaron a aplicarse en enero de 2014.
Tan pronto comenzó a aplicarse el impuesto, Shu Weng Ng, de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, decidió aprovechar la oportunidad para medir el impacto del impuesto. En junio pasado, presentó su primer resultado: durante el primer año de aplicación, las ventas de bebidas gaseosas cayeron en 6%. Se trata de una reducción importante para un aumento de 10% en el precio a consecuencia de un impuesto. Y la velocidad de caída se está acelerando. A México, en este contexto, no le preocupa que digan que su impuesto es regresivo pues consideran que lo que afecta más a los pobres no es su impuesto sino el sobrepeso y la obesidad.
Como te darás cuenta, los impuestos que gravan lo que más te gusta (y que puede dañar tu salud) son efectivos. Un uso inteligente de los recursos recaudados (por ejemplo, la instalación de fuentes de agua potable en las escuelas) podría amplificar el impacto de su aplicación.
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