IDEAS
La tecnología y la productividad de los países
En un discurso en mayo pasado, Janet Yellen, la presidenta de la Reserva Federal, señaló que “se requieren incrementos sostenidos de la productividad para sostener ingresos crecientes de la población”.
Los incrementos de la productividad son muy importantes para la vida de las familias en un país porque un crecimiento bajo de la productividad se traduce en un bajo dinamismo de la economía y este, a su vez, se refleja en un estancamiento de los salarios. Por ejemplo, en Estados Unidos, con un crecimiento de la productividad de 2% por año, los estándares de vida de la población podrían duplicarse en 35 años. Si la productividad crece menos, el tiempo que tarda mejorar la calidad de vida de la población aumenta. Actualmente, tras haber tenido períodos en los que la productividad crecía cerca del 3% (por ejemplo, entre 1995 y 2004), la productividad en Estados Unidos está creciendo por debajo del 1%. Esto significa que para duplicar la calidad de vida de la población harían falta 70 años.
Para los analistas que trabajan en las empresas de Silicon Valley, la economía no tiene fiebre sino que el termómetro está malogrado. Es decir, no se trata de que la productividad no esté creciendo sino que no la estamos midiendo bien.
El argumento de estos analistas es bastante persuasivo: el teléfono móvil que tienes, el app para llamar un taxi, la posibilidad de leer las noticias mientras te despazas a tu trabajo, el buscador que te permite informarte sobre un tema que tu jefe te ha encargado investigar o el sistema de banca por internet de tu banco, te permiten ahorrar tiempo. Este fenómeno impacta tanto la vida de las personas como las operaciones de los negocios y, por ende, debería reflejarse en las estadísticas de la productividad de los países. ¿Y por qué no se refleja? Para estos analistas, el problema es que muchos de estos servicios que permiten mejorar la productividad son gratis y, por ende, no se reflejan en las cuentas nacionales. Sin embargo, sí tienen un impacto.
Detrás de la postura de los analistas de Siicon Valley, entre los que destacan Hal Varian, la superestrella de la microeconomía que hoy trabaja para Google, está implícita una crítica a la forma en la que se calcula el PBI, elemento indispensable para la estimación de la productividad. Algo de razón tiene: hoy seguimos estimando el PBI básicamente de la misma manera como se hacía en los años treinta. No debería sorprender, entonces, que la metodología utilizada no sea capaz de reflejar el valor de la producción de bienes y servicios digitales que afectan directamente la calidad de los bienes y servicios que se producen en la economía.
Sin embargo, fuera de Silicon Valley, la historia de los problemas de medición no es tan bien recibida. Para muchos analistas, echarle la culpa a la forma de medir la productividad es más una excusa que una explicación convincente. Estos expertos no ponen en duda que la productividad por trabajador en Silicon Valley sea inmensa, si se consideran las valorizaciones multimillonarias de empresas que tienen muy pocos trabajadores. Sin embargo, advierten que este fenómeno todavía está muy lejos de extenderse al resto de la economía.
En Perú, todavía hay un gran trecho por recorrer en materia de reformas que incrementen la productividad, pues esta todavía es un tercio de la de Estados Unidos, dos tercios de la de Chile y solo supera a la de países como Ecuador, Bolivia, Paraguay, Honduras y Nicaragua. Las áreas en las que es preciso tomar acciones no se restringen al ámbito tecnológico e incluyen reformas en institucionalidad, educación, salud, infraestructura, tecnología, regulación para incentivar la formalidad y sofisticación empresarial.
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