HISTORIAS
Los accionistas del Citigroup se enfrentan al lobby poco transparente
El lobby en sí mismo no es malo. Un lobby transparente puede permitir que una regulación estatal sea perfeccionada. Asimismo, el paso de ex funcionarios públicos que ejercían las funciones de reguladores hacia el sector privado también puede ser una buena oportunidad para que el know-how se disemine del sector público al privado y viceversa.
Además, por supuesto, un profesional tiene el derecho a ganarse el sustento trabajando para el empleador que procurse sus servicios. Y así como un jugador de fútbol que hoy juega en el Real Madrid, mañana puede hacerlo por el Barcelona; o, en el torneo local, puede pasar de jugar de Universitario al Alianza Lima o al Cristal, lo mismo puede ocurrir con el pase de un profesional que trabajaba para un organismo regulador a una empresa regulada.
Como se puede apreciar, construir una argumentación respecto de por qué el lobby es una práctica profesional que no colisiona con ningún principio ético y que además está alineada con los intereses de la sociedad no es complicado. Lo difícil es luego que los lobbistas prueben con hechos que la argumentación es correcta, especialmente cuando practican su oficio de manera poco transparente.
Si en la final de la Champions contra el Barcelona, el arquero de Real Madrid, que ya ha llegado a un acuerdo de palabra (o que incluso ha recibido un adelanto de dinero) para jugar la siguiente temporada en el equipo azulgrana, debe encarar una definición por penales, uno podría pensar que su profesionalismo lo llevará a dar lo mejor de sí por su club actual. Sin embargo, está claro que tiene un conflicto de intereses que puede tener incluso un componente de corrupción privada incorporado. Pero, ¿qué pasa si nadie se entera? Y ¿qué pasa si el arquero ataja realmente muy mal los penales?
Esto es precisamente lo que ocurre o puede ocurrir cuando las empresas hacen lobby directamente o a través de terceros de manera poco transparente o ética. Por ejemplo, cuando financian de manera silenciosa campañas de congresistas que luego serán quienes escribirán leyes que tendrán un impacto económico enorme sobre sus negocios.
Intentar regular el lobby con efectividad es prácticamente imposible. Las mejores regulaciones como la norteamericana o la inglesa tienen vacíos tan grandes que prácticamente las reducen a elementos normativos de carácter decorativo que difícilmente tienen un efecto disuasivo sobre las malas prácticas en la gestión de intereses. La legislación en Perú es incluso peor.
¿Qué queda por hacer en este contexto? ¿Perder la esperanza? ¿Resignarse a que el país sea manejado por unos pocos con dinero e influencia política que desoyen el clamor de la mayoría que es quien precisamente elige a los gobernantes?
La semana pasada, un grupo de accionistas del Citigroup tomaron una acción inesperada capaz de devolverle la esperanza al mundo sobre cómo se puede poner límites al escurridizo poder de la gestión de intereses poco transparente. ¿Qué hicieron? Debido a que para este grupo de accionistas el lobby poco transparente puede terminar dañando la reputación de la empresa y afectando los intereses del negocio en el largo plazo, exigieron a los gerentes de la empresa informar sobre todas las gestiones de intereses que se hayan realizado de manera directa e indirecta, independientemente de si esta generó una gasto para la empresa o no.
Si bien en el caso peruano un hecho como el acontecido con el Citigroup es altamente improbable pues el control de las principales empresas está en manos de algunas pocas familias, lo que el grupo de accionistas ha puesto una vez más sobre la mesa es la necesidad de promover acciones de control social más que regulatorio a la actividad del lobby. Y estas acciones, que deben tener a la transparencia como elemento central, pueden y deben venir tanto de la prensa como de la ciudadanía en general.
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