IDEAS
La neurociencia de la pobreza
Un reciente estudio de Martha Farah, denominado The Neuroscience of the poverty, sugiere que las infancias de los niños pobres, caracterizadas por el estrés de no tener las necesidades básicas cubiertas, vivir en lugares peligrosos, el hacinamiento y otras circunstancias propias de la vida de los niños de niveles socioeconómicos bajos, podrían conducir a un retraso en el crecimiento del desarrollo del cerebro de estos niños.
Hace 15 años, la tesis de Farah sobre la posibilidad de extender las consecuencias de la pobreza de lo social al cerebro, entusiasmó a los economistas y a los sociólogos, pero no ocurrió lo mismo con los neurocientíficos, que la acusaban de patologizar la pobreza; sin embargo, ahora sus colegas neurocientíficos y, también los psicólogos cognitivos, han empezado a estudiar la correlación de los niveles socioeconómicos de la familia con el volumen del hipocampo y lóbulo frontal en la infancia, e incluso han señalado las diferencias en otras estructuras cerebrales y las diferencias en la trayectoria de crecimiento del cerebro.
Actualmente, los estudios también vinculan esas diferencias cerebrales con los resultados en el mundo real como las pruebas académicas, pero todos coinciden que aun hay mucho que estudiar alrededor de estas teorías.
Mientras tanto, esta y otras investigaciones previas de Farah han llevado a la conclusión que el estrés, influenciado por padres que tienen ingresos inciertos que son menos pacientes y cariñosos, conduce a un retraso en el crecimiento del desarrollo del cerebro en los niños de niveles socioeconómicos bajos, pero no se tiene claridad sobre si ese retraso es reversible con los programas sociales y otros apoyos asistenciales que puedan dar los gobiernos.
Para este estudio se involucró a 53 adolescentes afroamericanos de hogares con niveles socioeconómicos bajos, a quienes se les siguió desde el nacimiento hasta la adolescencia. Los participantes fueron evaluados en dos escalas: la estimulación del medio ambiente, en lo relacionado a los juguetes con los que contaban para aprender los colores, el acceso a libros apropiados a los 4 años, el cuidado de los padres a los 4 años y, los límites que les establecen a la edad de 8.
A todos los voluntarios se les pidió una muestra de saliva para analizar la hormona del estrés llamada cortisol. El resultado fue que a mayor cortisol, menor capacidad de respuesta de los padres, lo que significa que la crianza de los hijos y las primeras experiencias son diferentes en función de las clases sociales.
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