IDEAS
Préstamo de confianza (con intereses)
La pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones públicas y privadas es percibida, con justa razón, como un fenómeno de naturaleza negativa. Sin confianza, el contrato social se ve resquebrajado y las opciones políticas radicales amenazan con reaparecer, especialmente en contextos de desaceleración económica como el actual.
En el caso de los políticos, la pérdida de confianza no es un fenómeno reciente sino que se ha venido gestando en las últimas décadas. Sin embargo, en el caso de la pérdida de confianza de los ciudadanos hacia el empresariado, el fenómeno es de naturaleza más reciente. Durante muchos años, la confianza en el modelo económico y el empresariado del país prácticamente era ciega y su existencia se asumía como dada. A juzgar por las multitudinarias marchas de rechazo contra la Ley Pulpín y los paros recientes en Puno y Arequipa contra la ejecución de proyectos de inversión importantes, este período ya pasó y no va a regresar tan fácilmente.
¿Qué pasó? Salvo raras excepciones, los empresarios son todos personas serias, capaces y comprometidas con el desarrollo del país. Sin embargo, como seres humanos que son, están predispuestos a sufrir lo que se conoce como el “sesgo de confirmación”. Este sesgo hace que las personas se interesen en encontrar solo aquellos hechos o evidencias que sustenten una idea o creencia preconcebida. No se inventa o tergiversa la información sino que solo se considera la que se ajusta a la visión del mundo del que la escoge. La escasa capacidad de autocrítica de la que se le acusa al empresariado nacional estaría relacionada con el “sesgo de confirmación”.
Una práctica simple que se recomienda para evitar tomar decisiones afectadas por el “sesgo de confirmación” consiste en buscar pruebas que contradigan las ideas o creencias preconcebidas. Por ejemplo, buscar evidencias que sustenten la idea de que la pérdida de confianza de los ciudadanos en los empresarios es resultado de algunas acciones u omisiones de estos últimos en los últimos años. Como ni las mejores intenciones aseguran la infalibilidad de las personas, es probable que de este ejercicio se puedan extraer lecciones sobre qué deben dejar de hacer los empresarios o sobre qué deben hacer más o quizás menos para acercarse más a los ciudadanos.
La pérdida de confianza es mala pero una confianza ciega a la larga es peor. La cohesión social del país requiere que los ciudadanos recuperen la confianza en las instituciones públicas y privadas. La buena noticia es que el pueblo peruano es generoso y, si bien no regalará su confianza, sí está siempre dispuesto a prestársela a quien sepa respetarla y valorarla. La mala noticia es que este proceso tomará más tiempo del que quisiéramos. Ya lo dice el dicho, ganar la confianza tarda mucho; perderla, no.
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